LA GRIPE EN LA TERCERA EDAD
Las personas de edad avanzada tienen todas sus funciones orgánicas en un equilibrio inestable muy manifiesto. El desgaste de todos sus órganos vitales por desestabilización de sus funciones orgánicas y las enfermedades crónicas les hacen muy sensibles a cualquier tipo de infección que les desequilibre, y la gripe es una de las enfermedades que más puede influir en este sentido. El envejecimiento parece constituir, sin lugar a dudas, un factor de riesgo de los más importantes.
Normalmente las personas de la tercera edad no contraen la gripe tan fácilmente como los jóvenes, se cuidan más, se exponen menos al contagio, al no convivir en fábricas o grandes aglomeraciones, y su experiencia inmunológica es mucho mayor; sin embargo, los ancianos presentan una evolución clínica mucho más grave; sus defensas están debilitadas y parece que no estuvieran capacitadas para proteger al individuo y defenderse eficazmente ante este tipo de infección por virus y sus complicaciones.
Al tratarse de personas mayores lo más general es que se encuentren afectados de alguna enfermedad de tipo cardiopulmonar, renal o metabólica, que se ven agravadas o reactivadas por este tipo de enfermedades virales, lo cual hace que el cuadro gripal se complique extraordinariamente, pudiendo desencadenar una grave descomposición que conduzca a la víctima al óbito. En estos casos no suele valorarse la gravedad de la gripe, sino que se admite comúnmente que la defunción ha sido causada por la enfermedad crónica que padecía el anciano, cuando realmente se olvida la causa fundamental que descompensó al enfermo por haber sido infectado y que ha sido el virus gripal.
En las personas de la tercera edad no es infrecuente que se afecten también de formas respiratorias graves como neumonías atípicas (pulmonías), que en los adultos y niños no tienen mayor importancia, pero en los ancianos con enfermedades crónicas del corazón bronquios o pulmón pueden acarrear serios disgustos.