EVOLUCIÓN DEL CONSUMO DE DROGAS
La estimulación "artificial" es tan antigua como la aparición de las sociedades primitivas y los alcaloides y alucinógenos contenidos en numerosos vegetales, superiores e inferiores como ciertos hongos, estaban restringidos en su uso a los hechiceros del colectivo primitivo que no podía hacer empleo continuado de los mismos, debiendo guardar obligatoriamente períodos de "incomunicación con los espíritus", seguramente para no "habituarse" y ser reclamados al más allá antes de tiempo.
Otras sustancias de tipo anestésico eran y son todavía consumidas para amortiguar la sensación de cansancio en los trabajos duros y penosos de braceros y obreros agrícolas (mascado de hojas de coca, por ejemplo), reduciendo ventajosamente para los explotadores los afanes reivindicativos y levantiscos de los colectivos "drogados".
El consumo puntual de las drogas por núcleos más o menos dispersos, pertenecientes a etnias localizadas y minoritarias, se extiende, de forma creciente, a partir de los años cincuenta, pasando por varias fases muy bien diferenciadas.
Una primera fase psicodélica que se implantó con los "hippies", estableciendo un tipo de ritual pseudorreligioso, de "nueva comunidad" alrededor del empleo de estas sustancias, fundamentalmente la marihuana, la mascalina y posteriormente el LSD.
En esta subcultura de escape y "rebeldía" ante la sociedad, el LSD representaba algo así como la droga religiosa, mientras la marihuana podía considerarse la droga social. El adicto "tipo" al LSD es una persona tranquila, pusilánime. que no suele presentar reacciones violentas y aparece replegado interiormente. El "viaje" con este producto requería un lugar tranquilo, un ambiente pseudorreligioso, y la compañía del "gurú" como guía experimentado que pudiera asegurar la ausencia de "riesgos" mostrando el camino correcto.
Cualquier alteración de este estado óptimo psicológico, de "concentración espiritual", podía alterar el "éxito" de la experiencia que entonces se convertía en "bummer" o en términos clínico-patológicos, "estado agudo de ansiedad" propiciado por esa droga y cuya presencia determinaba el empleo de otros estupefacientes o el de un estimulante, pasando seguramente al consumo de "anfetaminas".
Desde 1967 a 1969, la hiperactividad de estas sociedades marginales comienza a extenderse por todo el mundo libre y se observan los primeros efectos sociales unidos a brotes de actos delictivos. El adicto al LSD, normalmente sociable, se convierte en agresivo cuando ingiere anfetaminas y viceversa en una carrera desenfrenada, que acaba por destrozar la personalidad del "enganchado" (consumidor habitual).
En este punto se demuestra la relación entre la droga y la violencia, cuyos efectos se han multiplicado y agravado hasta conducir a la problemática actual. Desde un punto de vista farmacológico y social, el alcohol, las anfetaminas, la cocaína, etc., entrañan estados de viva agresividad, además de las secuelas para el consumidor.
El uso de las anfetaminas ha tenido una transición muy limitada debido a su propia intensidad, pues aunque el empleo repetido no parece entrañar obligatoriamente "adición física", si "quema" y desgasta terriblemente a los usuarios que no pueden tolerarlas de forma indefinida. El adicto a estas sustancias puede estar bajo el efecto de las mismas durante días o semanas a base de incorporar a su organismo dosis crecientes. Durante este período no come ni duerme, permanece en continua actividad, camina sin parar, hasta que se derrumba bruscamente. Entonces duerme varios días, despierta hambriento, pero con los síntomas de mayor depresión, que le conducen a consumir una nueva dosis.
La anulación de la voluntad, normalmente quebradiza y débil, de los sujetos inmersos en esta problemática, les lleva a recorrer un peligroso camino ascendente hacia compuestos más activos y cada vez más tóxicos, que culmina con la etapa de la heroína.
En el conjunto de las drogas más frecuentes en los países desarrollados, la heroína, "caballo", es el cenit de las sustancias por su peligrosidad, efectos secundarios y destrucción de la mente del adicto. Los testimonios y pruebas realizadas bajo controles clínicos demuestran que el usuario experimenta una sensación de hartura semejante a la que precede a una copiosa comida, unida a la todavía consciente tibieza de un baño caliente o al cansancio posterior a un orgasmo sexual. El adicto, bajo sus efectos, dice encontrarse en una burbuja protectora transparente, como si reposara en una extraña matriz materna de vidrio elástico. La anulación de la voluntad es notoria y tras los efectos "agradables" (o de evasión en mentalidades decepcionadas por todo), realmente cortos y efímeros, se ha de afrontar la realidad diaria, pero sin las facultades necesarias para ello. El menor esfuerzo de voluntad requiere progresivamente nuevas dosis y la víctima (aunque sea una víctima voluntaria) se encuentra "enganchada" y sometida a la tiranía de un submundo horrible.