TIPOS DE CAMBIOS CON EL ENVEJECIMIENTO
1. Pérdida total de determinadas funciones. Quizás el ejemplo más claro sea la pérdida de la capacidad reproductora en la mujer pasada la edad de la menopausia, pérdida que, en menor medida y de forma más tardía e irregular, también ocurre en el hombre. Otro ejemplo sería la pérdida absoluta de la capacidad para percibir determinadas frecuencias acústicas.
2. Cambios funcionales secundarios a otros estructurales. Son los más comunes y, en menor o mayor grado, afectan todos los órganos y sistemas. Habitualmente las alteraciones funcionales siguen a las pérdidas anatómicas o histológicas, aunque no siempre está claro que éste sea el orden y no el inverso. Muchas de estas pérdidas pueden ser parcialmente suplidas durante un tiempo o compensadas a través de los mecanismos de reserva fisiológica del organismo.
Los ejemplos son múltiples. Uno típico podría ser la pérdida progresiva en el funcionalismo renal secundaria a la disminución de la población de nefronas, disminución que, probablemente, se deba, al menos en gran medida, como en el caso de otros parénquimas nobles, a la reducción del flujo vascular del riñón. Probablemente muchas de las alteraciones en el comportamiento o en la función mental del individuo tienen también su origen en las pérdidas de población neuronal y sináptica asociadas a la edad.
Con el envejecimiento se produce una pérdida de masa muscular esquelética, que se traduce en una reducción de la fuerza, con limitación para todas las actividades dependientes de los músculos. Lo mismo ocurre con la masa ósea, lo que favorece la aparición de osteoporosis y de aplastamientos vertebrales y limita la funcionalidad de la columna, o con los tejidos articulares, que pierden elasticidad y, a su través, reducen la capacidad funcional de la articulación. Otro ejemplo muy típico sería la pérdida de células marcapaso cardíacas del nódulo sinusal. A los 70 años se sabe que apenas queda el 10% de las que existían en la juventud; no obstante, esta proporción es capaz de mantener un ritmo sinusal normal, aunque se hace especialmente vulnerable a alteraciones como la fibrilación auricular o la enfermedad del seno ante estímulos discretos que no originarían problemas en el adulto joven.
3. Pérdidas o limitaciones funcionales sin alteraciones estructurales demostrables. Son mucho menos frecuentes. Su ejemplo más típico lo constituye la reducción que se observa con la edad en la velocidad de conducción de la fibra nerviosa periférica sin acompañamiento de cambios morfológicos en el nervio.
4. Cambios secundarios a fallos o interrupción de los mecanismos de control. Así, se elevan mucho los niveles de gonadotropinas en la mujer, como consecuencia del sistema de retroacción de regulación, cuando, tras la menopausia, hay una caída en la producción de hormonas sexuales.
5. En raras ocasiones se producen respuestas por exceso con aumento de la función. También el sistema endocrino puede ofrecer algunos ejemplos, como el aumento de secreción de hormona antidiurética en respuesta a las modificaciones con la osmolaridad. Muchos de estos cambios y de los expuestos en los apartados anteriores se acompañan de otros que contribuyen a complicar la interpretación de las manifestaciones clínicas del anciano y su manejo terapéutico. Así, en relación con la propia regulación hidroelectrolítica es necesario tener en cuenta que el anciano presenta menor sensibilidad para la sed, lo que contribuye a facilitar su deshidratación ante estímulos como la sudación excesiva por calor o la pérdida de líquidos a través de diarreas o de medicamentos diuréticos.
6. En determinados casos los cambios sólo ocurren en circunstancias no basales. Esto es muy típico en los órganos de los sentidos. La presbicia es la limitación para la visión de cerca, que se manifiesta en la lectura cuando la letra es muy pequeña o el texto está muy próximo, lo mismo que la presbiacusia, que sólo se manifiesta cuando la intensidad del sonido se reduce considerablemente.
Es también el caso de la frecuencia cardíaca, que se mantiene prácticamente inalterada en reposo pero que, con el ejercicio, es incapaz de alcanzar las altas frecuencias que pueden lograrse en los individuos de menor edad. Este ejemplo puede servir para poner de manifiesto cómo el organismo tiende a establecer mecanismos compensadores para muchos de estos fenómenos. Así, se sabe que el anciano sano es capaz de mantener un volumen minuto análogo al del joven incluso en el ejercicio intenso. Si se tiene en cuenta su incapacidad para alcanzar frecuencias equivalentes, la única manera de mantener ese volumen minuto es lograr un aumento del volumen de eyección por latido, hecho que efectivamente ocurre a través del mecanismo de Frank-Starling, lo cual en el joven sólo se hace para compensar las fases iniciales de la insuficiencia cardíaca.