DECISIONES EN TORNO AL PROBLEMA DE LA RESIDENCIA
Decimos los geriatras que nuestro objetivo prioritario es mantener al anciano en su propia casa, arropado al máximo por su entorno familiar más inmediato. Ello no siempre es posible. ¿Dónde ubicar al anciano incapacitado física o psíquicamente y/o al que su familia no puede o no quiere mantener en casa? El problema es más político que médico. Una buena infraestructura de residencias asistidas, de programas de atención a domicilio, de hospitales de día y, en general, una amplia oferta de servicios sociales contribuiría a minimizarlo. En España, según el Plan Gerontológico Nacional de 1993 viven solas el 18% de las personas de más de 60 años y el 21,5% de las mayores de 80. Vivir solo plantea numerosos problemas de todo tipo y aumenta la morbimortalidad. En muchos casos traduce, además, un rechazo de familiares muy próximos, hijos con frecuencia, que no desean “cargar” con el anciano. En residencias viven alrededor del 2,5% de los mayores de 65 años. La media europea se sitúa entre el 4 y el 9%. Aproximadamente una tercera parte de nuestras camas de residencia corresponden al sector público, otro tercio a instituciones religiosas y el resto a organismos privados no religiosos.
Mientras exista una limitación importante en la oferta de estas camas, la prioridad para acceder a los medios de que se dispone depende en muchos casos de una decisión médica. El papel del médico se plantea aquí en términos de educación sanitaria al paciente y a la familia, de orientación sobre las posibilidades existentes y también de presión social y política para mejorar en cantidad y calidad esta oferta. Una alta capacidad profesional reconocida en este terreno será el mejor aval para presionar ante los poderes públicos en estas cuestiones.
Importa insistir en el valor que tiene “la casa” para el anciano. Si disponer de un hogar adecuado, con todas las connotaciones que ello implica, constituye una aspiración lógica para un individuo de cualquier edad, en el caso del “viejo” esta necesidad es aún mayor, sobre todo por dos razones. En primer lugar, porque pasará en esa “casa” la mayor parte del día. En segundo término, ligado al anterior, porque lo previsible es que se convierta en su domicilio último y definitivo. Además, el anciano tiene una mayor dificultad para aceptar y adaptarse a “lo nuevo”, para reubicarse, por lo que esta reubicación definitiva debe aproximarse lo más posible al modelo de hogar que cabría considerar como óptimo.
Por todo ello conviene insistir en que entre las obligaciones del médico en este terreno está la de velar por una buena asistencia sanitaria en las residencias de ancianos, correspondan éstas al sector público o privado, y denunciar todo tipo de insuficiencias o de abusos en este sentido. La indefensión en que viven muchos de estos ancianos, el espíritu de lucro que caracteriza a muchas de estas residencias y el propio “ageísmo” social antes comentado, convierten al anciano aislado en presa fácil de todo tipo de gentes sin escrúpulos y en víctima propiciatoria de las mafias de la miseria.