ALTERACIÓN DE LA MOVILIDAD
Aunque la epidemiología de la movilidad entre los ancianos no está perfectamente analizada, ciertos principios parecen muy claros. La prevalencia y la incidencia de los problemas de movilidad aumentan en la edad avanzada. Según un estudio realizado en Boston, el 9,3% de los varones y el 11,6% de las mujeres entre 65 y 69 años presentan dificultad para la deambulación, y en las personas mayores de 85 años estas cifras alcanzan el 26,1 en los varones y el 32,7% en las mujeres.
Causas. Son múltiples las situaciones que predisponen al anciano a disminuir su actividad y, en muchas ocasiones, no es posible destacar una única causa. Entre las principales se incluyen las siguientes:
Enfermedades musculosqueléticas. Los procesos degenerativos de las articulaciones que soportan el peso corporal, los trastornos del pie del tipo hallux valgus o callosidades, la osteoporosis y las fracturas son las situaciones que más predisponen a la inmovilidad.
Enfermedades neurológicas. Los trastornos cerebrovasculares, la enfermedad de Parkinson y la demencia senil en sus últimas fases evolutivas favorecen la inmovilidad.
Enfermedades cardiovasculares. La insuficiencia cardíaca, la cardiopatía isquémica, las alteraciones vasculares periféricas y la enfermedad respiratoria crónica restringen la actividad y pueden llevar al encamamiento.
Fármacos. Gran variedad de fármacos, por sí mismos o por sus efectos secundarios, pueden disminuir la actividad física. Entre ellos destacan los sedantes e hipnóticos, que pueden causar somnolencia y trastornos de la marcha, y los antipsicóticos, en especial los similares a la fenotiazina, que poseen efectos extrapiramidales causantes de rigidez y disminución de la movilidad.
Factores psicológicos y ambientales. La disminución de la movilidad es una manifestación común de la depresión. El miedo a las caídas, la presencia de alteraciones sensoriales y la existencia de un medio ambiental peligroso favorecen la inmovilidad.
Complicaciones. Las consecuencias de la inmovilidad son graves y numerosas. El reposo en cama debe reservarse para aquellas situaciones clínicas en las que el riesgo inherente a mantener una actividad física sobrepasa a los riesgos muy significativos de la inmovilidad.
La falta de omisión, inherente a no reconocer los problemas de movilidad como situaciones patológicas y, por lo tanto, potencialmente tratables, es sólo sobrepasada en frecuencia y severidad por el pecado de “consejo”, que ocurre cuando familiares, amigos o profesionales de la salud aconsejan el reposo en cama como un plan terapéutico para los ancianos.
La inactividad prolongada o la permanencia en cama entrañan consecuencias físicas, psicológicas y sociales adversas. Las principales son:
1. Alteraciones del metabolismo, que incluyen balance cálcico y nitrogenado negativo, alteración en la tolerancia a la glucosa y modificaciones farmacocinéticas.
2. Trastornos psicológicos de tipo depresión y desarrollo de delirio.
3. Alteraciones musculosqueléticas, que incluyen fatiga, contracturas, atrofia muscular y disminución de la densidad ósea.
4. Complicaciones cardiopulmonares, pues, como consecuencia del encamamiento prolongado, se produce una alteración de los reflejos vasculares y una disminución del volumen plasmático, todo lo cual predispone a la hipotensión postural. Es bien conocida la aparición de tromboflebitis, tromboembolia pulmonar, atelectasias y neumonía por aspiración, debido a su elevada morbimortalidad.
5. Consecuencias gastrointestinales y genitourinarias, a veces olvidadas, del tipo estreñimiento, impactación fecal, incontinencia urinaria y/o fecal e infección urinaria son fuente de molestias para el paciente y pueden producir una cascada de complicaciones.
Tratamiento. En primer lugar se debe proceder a una cuidadosa evaluación del estado funcional del paciente. Esta evaluación debe incluir una detallada historia clínica y una valoración en las áreas física, mental (cognitiva y psicológica) y social. Los componentes de la valoración física comprenden las actividades básicas e instrumentales de la vida diaria y de la movilidad. Esta última puede realizarse a través del test de levantarse y andar de Tinnetti que consiste en que el paciente se levante de la silla, ande 10 pasos, se dé la vuelta y se siente.
Una vez conocido el grado de capacidad existente, y en función de ella, se propondrán unos objetivos realizables a través de tratamiento y medidas repetidas de la capacidad funcional. La fisioterapia debe ir dirigida a aliviar el dolor, aumentar la fuerza, el endurecimiento muscular, la amplitud articular y a mejorar la marcha. La terapia ocupacional enfoca sus esfuerzos en la capacidad funcional en las actividades de la vida diaria mediante la utilización de ayudas y adaptaciones del propio hogar (ver imagen superior).