ABUSO Y MALTRATO DEL ANCIANO
El reconocimiento efectivo de que el anciano, al igual que otros colectivos más frágiles –niños, mujeres–, puede ser, y de hecho es, víctima de abusos y malos tratos por parte de sus cuidadores o de las personas que conviven con él, data de fechas tan recientes como los años setenta. Serían el límite superior del espectro del síndrome de la violencia familiar.
La American Medical Association ha definido el abuso en 1987 como todo “aquel acto u omisión que lleva como resultado un daño o amenaza de daño para la salud o el bienestar de una persona anciana”. Se trata de una definición muy amplia que incluye las tres categorías esenciales que perfilan el tipo de abuso: maltrato físico, abuso psicológico y abuso económico. Con frecuencia estas distintas formas de abuso se superponen en una misma víctima.
Aunque, por razones obvias, no existan datos fiables de prevalencia, estudios llevados a cabo por sociólogos y trabajadores sociales en EE.UU. estiman que, por encima de los 65 años, al menos el 2-3% de la población es víctima de alguna forma de abuso, proporción que aumenta a medida que lo hace la edad del grupo analizado. En muchas ocasiones el anciano no se queja o, en todo caso, no llega a denunciar el hecho. Hay que considerar que en aquel país la denuncia es siempre legalmente obligada cuando el abuso se produce en residencias, y lo es también cuando ocurre en el domicilio en la legislación de la mayor parte de los estados de la unión.
Se trata de una cuestión que incide directamente en la práctica médica. Muy pocas veces lo hace por el papel que, eventualmente, el médico pueda desempeñar como protagonista directo de alguna forma de abuso, pero con mucha mayor frecuencia por su función de testigo y, en ocasiones, de denunciante cuando compruebe que estos hechos se han producido. También por su papel de velador y de apoyo al anciano para que no lleguen a ocurrir. El médico debe estar especialmente sensibilizado con este punto, tener un alto índice de sospecha y, ante la menor duda, indagar de la forma que estime más oportuna en cada caso. Un buen conocimiento del medio en el que transcurre la vida del anciano puede ser muy útil en este sentido. También lo es conocer cuáles son los mecanismos que con mayor frecuencia determinan la existencia de abusos, tema que desborda las posibilidades de desarrollo de esta exposición.
Además del descubrimiento y de la denuncia, algunos otros papeles del médico en este terreno pueden ser los siguientes:
la atención profesional, urgente o no según los casos, ante los daños producidos; la información y educación a la eventual víctima acerca de sus derechos y posibilidades de actuación; el apoyo al analizar posibles soluciones o estrategias de actuación individuales o colectivas –eventualmente como asesor del legislador–, o la búsqueda de interlocutores válidos alternativos cuando se trata de víctimas no competentes.
Cabe señalar, por último, que en ocasiones puede plantearse un importante problema ético, especialmente en los casos de los médicos de familia, cuando, como ocurre con frecuencia, el agresor responsable de los abusos se encuentra dentro del círculo íntimo de la misma familia y es también, por ello, paciente del propio médico.