LA SANGRE
La sangre es el líquido esencial que mantiene la vida. Es bombeada por el corazón a través de la red de arterias y venas, desde antes del nacimiento hasta la muerte, suministrando oxígeno, alimentos y otras sustancias esenciales a los tejidos, y captando el dióxido de carbono y otros productos de desecho. También ayuda a destruir los gérmenes productores de enfermedades y, gracias a su capacidad para coagularse, actúa como una parte importante del mecanismo defensivo natural del cuerpo.
Se compone de un líquido incoloro llamado plasma, en el que flotan células rojas (eritrocitos o hematíes), células blancas (leucocitos) y otras células muy pequeñas llamadas plaquetas.
Las células rojas actúan como transportadoras, llevando el oxígeno desde los pulmones hasta los tejidos. Después de realizar esta función no retornan vacías, sino que captan dióxido de carbono, un producto de desecho de la función celular, y lo llevan a los pulmones, donde será eliminado con la respiración. Los hematíes son capaces de realizar estas funciones gracias a que contienen millones de moléculas de una sustancia llamada hemoglobina.
Las células blancas de la sangre o leucocitos, son mayores que las rojas y tienen un aspecto muy distinto. A diferencia de los hematíes, no todos los leucocitos son similares y pueden desplazarse con un movimiento de reptación. Intervienen en la defensa corporal contra las enfermedades y se clasifican en tres grupos principales, conocidos como polimorfonucleares (granulocitos), linfocitos y monocitos. Los polimorfonucleares, se subdividen, a su vez, en tres clases, la más numerosas de las cuales está formada por los neutrófilos.
Cuando el cuerpo es invadido por bacterias causantes de enfermedades, entran en funcionamiento los leucocitos. Atraídos por sustancias químicas que liberan las bacterias, se desplazan hacia el lugar de la infección y comienzan a englobar los gérmenes. Al mismo tiempo, los gránulos existentes en los neutrófilos fabrican sustancias químicas que destruirán a las bacterias atrapadas. El pus formado en el lugar de la infección es el resultado del trabajo de los polimorfonucleares y está constituido en gran parte por leucocitos muertos.
Los eosinófilos son otra clase de células blancas polimorfonucleares, cuya misión es contrarrestar los efectos que puede producir la histamina en el organismo (reacciones alérgicas). La histamina es una sustancia que se libera cuando se crean los anticuerpos.
El tercer tipo de polimorfonucleares son los basófilos, fabrican y liberan una sustancia llamada heparina, que impide la coagulación de la sangre dentro de los vasos.
Los linfocitos constituyen alrededor del 25% de los leucocitos sanguíneos y juegan un papel vital, proporcionando al cuerpo su inmunidad natural contra la enfermedad.
Por último, la misión de los monocitos consiste en englobar a las bacterias y eliminar los detritos celulares producidos tras un ataque bacteriano.
Los millones de diminutas plaquetas existentes en la sangre son similares a los hematíes en cuanto a que no posen núcleo. Además de jugar un papel fundamental para iniciar el proceso de la coagulación sanguínea, cuando se dañan los pequeños vasos sanguíneos llamados capilares, se liberan sustancias químicas y las plaquetas responden adhiriéndose a los extremos rotos para detener la hemorragia.
La capacidad de la sangre para coagularse y así evitar la muerte por hemorragia, procede de la acción combinada de las plaquetas y una docena de sustancias químicas, llamadas factores de coagulación, entre las que se incluyen la protombina. Estos factores se encuentran en la porción fluida de la sangre, el plasma.